La culpa no existe.

Ciertamente, nadie la ha visto, pero muchas personas la sienten muy presente. Cuando somos actores de hechos pasados que han causado daño, el sentimiento de que nuestra persona va unida indefectiblemente a dichos actos puede hacernos mucho daño. El dolor de la culpa viene del interior de cada persona, de las explicaciones que ella misma dé sobre lo acontecido.

En este punto, deberíamos separar los acontecimientos externos de nuestras interpretaciones. Es decir, aclarar los hechos observables y someterlos a las normas sociales de convivencia. Comprobar que no la transgreden o al menos, no vulneran los derechos de nuestros vecinos. Si con nuestras acciones hemos violado normas sociales, deberemos «paga» por ello; pero eso no quiere decir que «seamos malos». Por ir a 200km/h en la autopista se paga una multa; no se «es» mal conductor.

A continuación veamos cómo nuestras ideas y «razonamientos» sobre lo sucedido nos ponen en un lugar activo o pasivo.

Es muy importante que si hemos «fracasado» en nuestra elección de los estudios, o hemos ofendido a nuestros amigos al comportarnos de esta o aquella manera; y tras valorar la transgresión de la norma social (que debemos asumir), nos pongamos en la perspectiva de «aquí y ahora». ¿Qué podemos hacer?, ¿cómo podemos cambiar el pasado?, ¿servirá de algo pensar que nosotros estamos unidos a aquellos actos que ahora rechazamos?, ¿conseguiremos escenarios mejores si nos creemos culpables?»

Por último trabajaremos el concepto «responsabilidad» como alternativa a nuestra «culpa». Y miraremos hacia el futuro, a nuestros actos y a nuestras valoraciones e ideas.

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