Buscar la causa puede llevarnos a entender el problema; pero también puede enfrascarnos en una explicación que no tenga salida para el futuro.
Por ejemplo, si intuimos que a raíz del fallecimiento de una abuela, nuestro hijo está más contestón, irascible,… nos quedaremos con una explicación que «puede ser verdad» pero que no nos ayuda a saber qué hacer a partir de ahora. No podemos hacer que la abuela vuelva.
Buscar los «paraqués» suele ser más útil porque nos da pistas sobre qué hacer ahora.
Siguiendo el ejemplo anterior, si sabemos que nuestro hijo está más protestón para sentir la atención que nota ha perdido tras la ausencia de su abuela; podemos darle dicha atención de manera adecuada…
El enfoque de los problemas, derivan en movimientos o en parálisis de los educadores que pretendemos mejorar el bienestar de los más pequeños de la casa.
Y tras las vacaciones… volvemos a nuestra «vida real»… Más de uno tendremos este tipo de pensamientos en la cabeza. ¿Pero, y las emociones? ¿Es posible volver a la rutina sin sentir cierto abatimiento, pereza o desgana?
A los padres y madres puede que nos asuste este tema; pero está ahí. ¿Cómo lo abordamos?,¿cómo respondemos a nuestros hijos e hijas cuando nos preguntan cosas como: «¿A mi cuándo me va a salir barba?, ¿por qué vosotros dormís juntos?, ¿qué es hacer el amor, yo quiero hacerlo…?, ¿por qué tienes un pañal pequeñito manchado de sangre?…
«Mi hijo no quiere verme; mi ex me odia y está consiguiendo que él me odie también… Ya no quiere verme». Esta frase podemos ponerla en boca de muchos padres o madres que ven cómo el otro progenitor va haciendo un «lavado de cerebro» al hijo o hija: «Mamá buena; Papá malo»
Fechas de retorno para muchos a sus trabajos, estudios y quehaceres cotidianos. ¿Cómo hacerlo con salud?, ¿cómo podemos retornar manteniendo a salvo nuestro bienestar emocional y el de los quien nos rodea?
«…Parece mentira, hija, evidentemente no…» Algo similar pasa cada día en cada casa de un niño o niña de entre 3 y 7 años. Si lo tenemos tan claro, ¿por qué ellos no?
Uno de los indicadores característicos de la entrada en la adolescencia es el aburrimiento. Nuestros chicos y chicas que entran en los 10, 11 años… dejan de jugar a lo que siempre les ha gustado, y en ocasiones se sienten aburridos. Parece los juegos u ocupaciones de antes ya no les satisfacen y buscan algo más. Algo más que no debemos darselo los padres; sino que ellos deben ir encontrándolo poco a poco. En este camino entran en juego, con fuerza los amigos, el grupo de iguales.
De esta manera, manejamos cuatro variables: amor (afecto), respeto, confianza e intereses ; que pueden cambiar según cómo nos sintamos con cada persona que nos rodea. Le daremos un valor imaginario. Si cada variable la situamos en cada vértice de una pirámide de cuatro lados; tendremos una imagen única para la relación que establecemos con cada persona. Una posición alta en la pirámide nos indicará un elevado estatus en dicha variable; y una baja, que creemos que esa persona no cumple demasiado con ese valor en relación a nosotros.
La ira es una expresión del enfado de manera desmedida y que probablemente facilita que los que nos observan, se enfrenten a nosotros y, por tanto, perdamos posibilidades de defender nuestros derechos y nuestros intereses.
Y no nos damos cuenta que los niños y niñas poseen una capacidad de tolerancia a la frustración superior de lo que imaginamos. Los profesores así lo pueden atestiguar. En más de 14 años de trabajo como psicólogo con familias, nunca me he encontrado un niño o niña con problemas emocionales derivados de un límite impuesto por sus padres; es más, cuando existen unos límites claros que son innegociables (no olvidemos que la familia es una institución no-democrática en la que se deja margen de acción, pero las decisiones importantes, las toman los padres), cuando existen esos límites,los hijos se sienten más seguros: tienen una referencia clara en la que apoyarse o contra la que luchar, pero es clara, es definida. Y eso ayuda mucho al desarrollo de la salud psicológica de los hijos.