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La doble cara de la impotencia…

…corta por los dos lados.

Las emociones motivan nuestro cambio de comportamiento. Los sentimientos son palancas de cambio, que con una intensidad determinada, favorecen que nuestras actuaciones se muestren de manera diferente frente a los demás y frente a nosotros mismos. Pasar de un estado triste a un estado más animado es movido en última instancia por las emociones. Nosotros mismos somos nuestra propia fábrica de emociones, a veces no sabemos muy bien cómo, pero las experimentamos de todas clases e intensidades. En otras ocasiones las negamos, o no sabemos qué nombre ponerlas.

Hasta aquí bien, es el fascinante y complejo mundo de la conducta humana. Hoy quiero explicar que la emoción impotencia, cuando la incapacidad nos desborda y hasta nos paraliza, es capaz de mover nuestro comportamiento y conseguir que hagamos cosas distintas.

«Me siento impotente porque no puedo manejar lo que otros piensen de mí. Mi vida está acabada, no hay salida; no puede haberla. La vergüenza más profunda me inunda. Todos han visto lo más íntimo de mí. Todos me juzgan. Todos se ríen de mí. Nunca nada va a ser igual. No puedo vivir así», me imagino con dolor.

Por los medios hemos sabido de esta tristísima historia, cuyo episodio actual se escribe con el suicidio de una de sus protagonistas.

Pero la impotencia también tiene otro lado, el nuestro. La emoción que sentimos como espectadores tiene un umbral mínimo absoluto tan alto… necesitamos tanta emoción para provocar un ápice de sentimiento… Sólo una vaca mirando a un tren. ¿Cuándo comenzamos a sentir impotencia?, ¿cuándo comenzamos a percibir la necesidad insatisfecha de querer cambiar las cosas?, ¿de que esa muerte no se hubiera producido? Creo que dicho umbral, dicha marca a partir de la cual sentimos, la hemos elevado bastante. Un muerto, dos muertos,… con tres muertos reaccionamos; con menos de tres no. Pero si tienen rostros como el mío, quizá con una muerte valga.

¿Y el motivo de esto?, ¿podemos los psicólogos explicarlo? Sí. Entendemos que por encima de la solidaridad, o mejor dicho, antes que la solidaridad está nuestra propia superviviencia. No la confundamos con el egoísmo, que es querer mi beneficio en aras de tu perjuicio. Pensar y actuar en nuestro propio bienestar, tiene prioridad con respecto al bienestar del vecino. Debemos subsistir como especie, pero primero como organismo autónomo.

Seguirá pasando. Que sólo ante un impacto grande, sólo cuando sobrepasemos ese umbral ya tan altamente colocado, comenzaremos a debatir en las redes sociales la conveniencia o no de controlar los perros peligrosos, las vallas en Melilla, los desahucios en los pisos o el reenvío de vídeos privados. Sólo cuando la noticia salta a la palestra con la suficiente intensidad es cuando reaccionamos. ¿No nos gusta esto? No. Da igual. Esa no es la cuestión. Lo que importa es si podemos dar otra explicación. ¿Los psicólogos no tenéis otra cosa con la que contemplemos a nuestra especie con esperanza? ¿Esto es todo? No.

La complicada conducta del ser humano también se rige por su voluntad, por su decisión, por su volición; lo que nos hace diferentes a otras formas de vida, sin duda. Y a esa voluntad, si algo la caracteriza es que es libre-para, libre-de decidir un beneficio o un perjuicio individual o grupal.

Corta por los dos lados; por uno más que por otro. Eljamos, por tanto, desde las emociones, pero con la cabeza. Podemos hacerlo.