Ya sólo el nombre da miedo… y es que nos referimos a acontecimientos que «han producido» (y evocan en la actualidad) emociones intensamente desagradables, dificultades físicas y molestias que contaminan nuestra vida cotidiana.
A nadie se le ocurre, cuando amanece un dia lluvioso, y teníamos pensado acercarnos a la playa o a dar un agradable paseo por el campo, gritar al cielo: «¡Para de llover!, ¡sol, ven, por favor…!» Sería absurdo. Pero sí que se nos ocurre intentar modificar situaciones externas que tampoco podemos controlar; como una reacción desairada de nuestro padre; un comentario nada afortunado de nuestra compañera de trabajo, o una agresión a nuestro hijo de cinco años en forma de mordisco por su compañero de juegos en el patio del colegio…
¿Hasta dónde podemos y queremos cambiar los acontecimientos?, ¿hasta dónde podemos y queremos cambiar nuestra «digestión» sobre ellos?
El trauma, tema que hoy nos ocupa en estepequeño espacio, viene a ser un «disparador» de emociones negativas intensas, pero nunca su causa.
La Psicoterapia cognitivo-conductual, en cualquiera de sus manifestaciones o variaciones actuales, intentará recondicionar, contracondicionar,… volver a revivir la situación pero con otra emoción. Y para ello, lo primero que debemos hacer es afrontar el pasado; saber qué es lo que pasó, verlo, tocarlo, sentirlo…; para luego poder cambiarlo. Nunca olvidaremos; sino que aprenderemos de ello para poder crecer; a nuestro ritmo, al ritmo de cada cual, pero crecer. Nunca se para de crecer.
«La realidad no existe. Existen percepciones de ella; imagenes y contructos que nos hacemos de nosotros mismos y de nuestro entorno.» Esta afirmación, que puede parecer muy tajante revela la importancia de la percepción la construcción de nuestra propia identidad. No es lo que hay, sino cómo lo veo. Y aquí hay capacidad de decidir.
Leemos, oimos, degustamos, sentimos,… la memoria tiene la cualidad, entre otras de estar unida a nuestros sentimientos. Por lo que aprenderemos lo que sentimos; lo que emocionalmente nos impacta; agradablemente o desagradablemente.
Ciertamente, nadie la ha visto, pero muchas personas la sienten muy presente. Cuando somos actores de hechos pasados que han causado daño, el sentimiento de que nuestra persona va unida indefectiblemente a dichos actos puede hacernos mucho daño. El dolor de la culpa viene del interior de cada persona, de las explicaciones que ella misma dé sobre lo acontecido.
Las personas debemos dar canalización a dicho sentmiento a través de la protesta; pero deberemos ser lo suficientemente inteligentes, emocionalmente hablando, para que ese acto no se vuelva contra nosotros.
Pero el tiempo de reacción del miedo es limitado. Es decir, que no «podemos» sentir miedo durante mucho tiempo y muy intensamente, porque nuestro cuerpo se agotaría y comenzarían a aparecer consecuencias derivadas de ello: ansiedad, depresión, fobias, falta de control de los impulsos, iritabilidad, ataques de ansiedad, etc.
Cuando las personas no encontramos un sentido a nuestras vidas, cuando la monotonía y la rutina nos hacen tender a aislarnos, a repetir hábitos de conducta que no favorecen la socialización; es entonces cuando tenemos riesgo de vivir en soledad.
La superdotación y las altas capacidades son cuestiones que cada vez nos preocupan más. La tendencia en nuestra sociedad del conocimiento es a cuidar e individualizar más el desarrollo y la educación de nuestros hijos.
Puede parecer que esta fase en la relación de pareja pertenece exclusivamente a los adolescentes, que guiados por su baile de hormonas, se dejan llevar por fascinaciones futiles y temporales que caducan en menos de una semana,… o no. No hay edad para el enamoramiento. No hay edad para el amor.