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Juego peligroso

Sorprendentemente volvemos a hablar de un «juego» que no tiene ni pizca de gracia. Entendemos que es algo muy poco habitual, pero queremos dar unas pautas claras para que las familias que se encuentren con que sus hijos lo juegan; puedan orientarles.


http://www.telemadrid.es/programas/telenoticias-1/Alerta-colegio-Bilbao-abecedario-Diablo-2-2122307789–20190516032936.html

¿Te divierte ese juego?, ¿eres capaz de decir que no cuando algo no te gusta?, ¿sientes la necesidad de ser aceptado por el grupo y eso hace que hagas «lo que sea»?

Ante todo esto, dejemos los móviles (los de los adultos, digo), y escuchemos a nuestros hijos e hijas, pongámonos a su lado para que cosas como estas no pasen.

Novela «En manos de Ana», de Luis de la Herrán

Ya está a la venta la novela «En Manos de Ana», de Luis de la Herrán, psicólogo con más de veinte años de experiencia y coordinador del Centro Delta Psicología de Bilbao.

En su cuarta publicación y primera del género novela, nos bucea en los entresijos de la profesión y nos enseña cómo la vocación por la profesión y el amor pueden ser un motor de cambio en las personas.

Publicada por Entre líneas editores (2018), nos relata la historia de Ana, una psicóloga cuya historia personal de fracasos y aciertos se va fundiendo con una veintena de personajes que acuden a su consulta y cuyas historias le aportan claridad en su vida.

El lector estudiante de psicología encontrará en sus 416 páginas relatados con ejemplos verídicos cómo aplicar diferentes técnicas con evidencia empírica que utilizamos los profesionales de la psicología.

El lector interesado por la psicología de las personas encontrará claves de autoayuda que podrá aplicar a su vida cotidiana.

Es un placer para mí, contar con el beneplácito en la contraportada de Francisco Santolaya, Presidente del Consejo General de Colegios de Psicología de España, y con Jorge Barraca, destacado profesional de la psicología en España por sus aportaciones al avance científico de la profesión, sus publicaciones y su actividad formativa en España y latino américa.

PRESENTACIÓN: MARTES 11/12/18 A LAS 12:00h EN EL COLEGIO OFICIAL DE PSICOLOGÍA DE BIZKAIA, C/ Rodríguez arias, 5 – 2º

De venta en la web de la editorial y en la Librería El Escondite, en Bilbao.

Aprender: equivocarse y acertar

Nuevo curso, nuevas intenciones, nuevos propósitos,… parece que como los eneros, los septiembres nos traen una inyección de motivación generadora de ganas de cumplir nuevos planes, llegar a otras metas.

¿Pero qué nos pasa cuando en el camino fracasamos?, ¿o no llegamos a las «metas volantes» que nos habíamos planteado? Es posible que la decepción, el cansancio y hasta la desidia nos invadan. Pero debemos saber que el camino del aprendizaje tiene baches. No está asfaltado como una autopista; más bien es como una pista forestal.

Equivocarse, frustrarse e incluso desesperarse son emociones válidas y hasta necesarias en la marcha que persigue nuestros sueños.

Luchemos, sigamos, sudemos más; hasta que las metas estén más cerca. Seamos plenamente conscientes que las metas no nos darán la felicidad, sino que la felicidad está en los momentos, en los días, en las semanas en las que perseguimos dichos objetivos.

¿Cuál es tu objetivo?, ¿cuáles son tus dificultades?, ¿cuáles tus fortalezas?

Renovarse y evolucionar

En ocasiones llegan momentos vitales, fin de ciclo, que nos indican que hemos de pasar página. Son puntos de inflexión en nuestras vidas, acompañados por personas que nos exhortan, nos interpelan a que demos un paso, un paso hacia adelante.

A veces sin darnos cuenta, recibimos un golpecito en el hombro para que hagamos dos cosas: mirarnos y pasar página. ¿No te ha pasado alguna vez? Suele coincidir con cierres de ciclos circanuales (ciclos vitales que duran un año aproximadamente), pero no tiene por qué.

Renovarse significa tirar lo viejo en el sentido de gastado, usado e inservible. Renovarse es acercarse a lo nuevo refiriéndonos a nuevos proyectos, ideas, lanzarse a probar lo nuevo, ¿por qué no?

En Centro Delta Psicología hemos notado un golpecito de esos, hemos aprovechado este mes de junio y hemos renovado el local para darte un servicio más cómodo y acogedor.

El valor del perdón

«Perdona, lo siento, es verdad, me he equivocado»

Expresiones como esta nos sitúan en los inicios de la reconciliación y del reencuentro, del acercamiento. ¿Por qué?

La dinámica del conflicto lleva automáticamente al fortalecimiento de las posiciones propias frente a las ajenas. Sentirnos en conflicto con alguien hace que afiancemos de serie nuestros pareceres, nuestros razonamientos y nuestros intereses frente a la persona que tenemos frente a frente.

No pocas ocasiones sentimos la certeza de que sólo con un gesto del otro, con un movimiento lógico, necesario y hasta fácil , podrá comenzar a destensarse el conflicto. Nuestro automatismo nos lleva a situar la clave de la desfiguración del conflicto en el paso que la otra persona debe dar, lo que él debe hacer; siempre mucho más significativo que cualquier paso que podamos dar nosotros.

El perdón tiene la cualidad de no ser un movimiento tan aparentemente «innato». Parece contra natura, pero me resisto a calificarlo definitivamente así. Nos sitúa como agentes individuales del cambio, sólo nosotros soportamos el paso que damos, por nuestra cuenta, sin esperar nada a cambio. Nos movemos para que todo se mueva; pero desde nuestra propia iniciativa, sin esperar nada a cambio. Éste es el arranque genuino del perdón: el movimiento propio, voluntario e intencionado para destensar un conflicto.

Después viene la reacción del otro, vienen sus mensajes, sus sentimientos, que escucharemos como parte de un nuevo camino que comenzamos hoy a andar.

El perdón es un acto de generosidad hacia la situación conflictiva, que busca destensarla; sin ninguna contraprestación.

Sólo avanza, avanza solo. Y luego espera, mira, observa.

Ojalá veamos más pasos de perdón.

Día 20 de abril, Día del Perdón.

Gafas de lejos: mujeres por la igualdad.

Recorro metro a metro la Gran Vía de Bilbao y a cada paso un lazo morado, una prenda negra,… y una sonrisa. Una niña haciéndose un selfie con quien parece su madre, mujeres mayores con lazos morados charlando sobre la necesidad de equiparar las condiciones entre hombres y mujeres. Adolescentes en grupo, cómo no, buscando colocarse en el punto exacto entre la vergüenza y la protesta. Abogadas, periodistas, amas de casa, trabajadoras,… todas ellas agrupadas, sentadas, en pie, marchando por la igualdad. Pocos hombres, casi testimonial. Alguien corre el bulo de que «no es una manifestación mixta, a los hombres no nos dejan», literal.

Pero miremos más allá. Miremos lejos. Acerquémonos a las mujeres que piden igualdad, acerquémonos los hombres que pedimos lo mismo. Me sumo. Quiero igualdad. Quiero fraternidad, entendimiento y acercamiento entre diferentes. Eso nos da la fuerza como grupo, como sociedad. Pongámonos las gafas de lejos, no las de cerca, y miremos hacia el horizonte, ese destino donde plantamos árboles para que nuestros hijos e hijas, nuestras hijas e hijos puedan cobijarse de las tormentas que vendrán. En igualdad, hombro con hombro. Juntos. Pasemos por encima de las exclusiones e imaginemos un futuro posible, hoy, en el que las personas seamos, por encima de nuestra identidad de género, personas.

Y la nieve llegó

Último día de febrero de 2018. Tras los avisos, tras los mensajes, tras los partes,… la nieve llegó. Y llegó a raudales, cubriendo todo Bilbao con su blanco manto. Cuatro vehículos por la calle, dos de ellos atascados. Niños sin clases, con sus padres tirando bolas de nieve por la calle. Tablas de snow en el parque de los patos rascando los minutos de diversión que este lujo nos permite hoy. Trenes circulando difícilmente. Y las personas contemplando el día, el momento, la situación.

Las emociones a flor de piel. Hoy la protagonista es la SORPRESA. A los más pequeños les rebosan los abrigos de atención a la novedad. Algunos se divierten sin medida, otros, precavidos, se sacuden las manos y los pies a cada paso. Hay de todo.

Sólo algunos no pueden ver, sentir, ni disfrutar de este espectáculo. Nuestro vecino, el león de Jado es uno de ellos, pero hay más.

Hoy me acuerdo de todas aquellas personas que no pueden sentir sorpresa, ni alegría, ni precaución ante el espectáculo mágico que tenemos hoy entre nosotros.

Primeros batacazos (de los estudiantes…)

Se acercan fechas navideñas. se acerca el turrón. Llegan los Reyes de Oriente, y los carboneros bajan del monte. Son fechas en las que, de manera cíclica, regresan los asuntos de finales de año… ¡Ups!, también vienen las notas de la primera evaluación a esos estudiantes esforzados con mayor o menos éxito.

Es el momento de calibrar, de comprobar y ver si lo hecho hasta ahora en la familia ha sido suficiente como norma para este curso recién (no tanto) inaugurado. ¿Habremos calculado bien?, ¿le hemos dejado a su aire para que escarmiente?, ¿nos juraba y perjuraba que él/ella calculaba…? y mira el regalito lleno de suspensos que nos trae de la mano del mazapán.

Debemos cambiar. Deben cambiar. Aprender nuevas técnicas de estudio, nuevas maneras de afrontar y encarar los libros tan coloreados que hoy en día pueblan nuestras clases de colegios, institutos e ikastolas. Llegan tiempos de cambio, de replantearse que lo que hemos hecho hasta ahora no ha sido suficiente. Dejemos a un lado todo tipo de atribuciones externas que no hacen más que aumentar el cáncer de la señora excusa: «es que ese profesor me tiene manía, es que puso un examen sin avisar, es que yo he puesto lo mismo que Pepito y a él le han puesto un ocho,… es que la abuela fuma».

Es hora de evaluar y tomar decisiones. Para salir del agujero, lo primero es dejar de cavar. Dejemos la pala y metamos cemento. O sigamos igual, total:

  • «Ya en marzo me pondré las pilas, como siempre…, que yo controlo…»

¿Demasiado bienestar?

¿Puede ser perjudicial demasiado bienestar? Vemos cómo las personas parece que tendemos a mejorar continuamente nuestra vida, nuestro entorno, nuestras comodidades,… ¿tiene algún límite? ¿Existe algún momento en el que más bienestar nos resultará perjudicial?

La respuesta es sí. Parafraseando a Freddy Mercury «Too much wellness will kill you».

Los smartphones nos evitan las esperas, nos alivian con inmediatez. Parece que el objetivo es vivir en el hedonismo, en el puro goce y disfrute, mirando hacia otro lado del dolor (que no sufrimento), y certificando que la buena vida es la vida cómoda.

Tras estar veinte años atendiendo a personas que sufren, la conclusión que saco no es esa. No deberíamos buscar ese estado de placer, si se me permite la expresión: pseudo orgásmico continuo incapaz de soportar un ápice de contrariedad y frustración. La felicidad aparece en el horizonte llena de placer, sí, es verdad, pero indefectiblemente pintada con cierto malestar, incomodidad y frustración.

El día que asumamos esta doble cara de la realidad, seremos más conscientes de la vida, y nuestra satisfacción irá en aumento. Dos caras de una moneda: placer y dolor, inseparables pero con las que podemos ser felices.

Echar la culpa

El autoconcepto es la imagen que tenemos de nosotros mismos, basada en lo que hacemos («soy un representante público»). La autoestima es la valoración de dicha imagen, el tono que le damos a ese autoconcepto («soy un responsable y fiel representante público»).

¿Y qué pasa cuando echamos la culpa de nuestros actos a otras personas? Analicemos. Pues bien, al culpabilizar a alguien cuando «no nos ha quedado más remedio que hacer eso»… realmente estamos manifestando una autoestima muy considerada con nosotros mismos. Por decirlo más claramente, nos queremos infinitamente cuando no nos queda más remedio que actuar contra alguien o contra algo dada la actitud de nuestro interlocutor (por causa de). «Cuando no me dejas más alternativa que hacerlo, la culpa de lo que hago será tuya».

Esta actitud implica que nos queremos a nosotros mismos… demasiado. Sí, he dicho demasiado. ¿Puede uno quererse tanto que no sea adecuado para su bienestar a largo plazo? Pues claro. En estas situaciones en las que percibimos con claridad que los demás son el origen de aquel daño que hacemos, estamos ciegos. No vemos que el responsable de los actos somos nosotros mismos. Cada uno es siempre responsable de sus actos.

Pensemos en multitud de ejemplos en los que las personas tenemos mucho margen de actuación frente a los contratiempos, las frustraciones y las contrariedades con las que nos encontramos en nuestro devenir diario. Si no sale como yo esperaba, si no se comporta esa persona como yo espero o como creo que debe, me frustro, y para salir de la frustración, echo la culpa de lo que vaya a hacer a continuación.

«No me dejó otra alternativa», «me veo abocado a hacerlo», «sólo me dejas esa opción»,… son excusas que nos salvan de calificarnos como malas personas por hacer algo a sabiendas que no deberíamos hacerlo. Esas explicaciones percibidas como ciertas, nos quitan esa culpa y la colocan en la otra persona: autoestima a salvo.

Demasiada autoestima puede ser perjudicial para la salud. En caso de duda consulta con su psicólogo.