¡Tanto nos gusta a los humanos simplificar nuestras calificaciones (quizá por economía mental) que tendemos a hacer clasificaciones dicotómicas. Pues vamos a ello.
La reacción del cuerpo ante una demanda que no podemos satisfacer y su consecuente «ruptura» bio y fisiológica; es decir, el estrés, podemos clasificarlo como bueno o malo.
A los psicólogos, y a mi especialmente, no nos suele gustar utilizar esas expresiones, porque implican moral y valores. Los psicólogos no deberíamos entrar ahí. Pero sí en los efectos de nuestros comportamientos y emociones en nuestro cuerpo.
El estrés «bueno» o EUSTRÉS es el que «nos pone las pilas». Cuando voy a la oficina, me gusta que haya asuntos que resolver, me encanta cuando a base de hablar con uno y otro van saliendo las cosas… un día sin hacer nada es un día la mar de agobiante…
El estrés «malo» o DISTRÉS, es el que nos afecta y nos perjudica. Nuestro cuerpo responde, automáticamente con indicadores de «ruptura fisiológica y biológica». Me dijeron un viernes que el proyecto es para una semana. Imposible, deberé quedarme hasta tarde, cancelar mis citas personales… no llego, fijo que no llego y además sale un churro… ¡asco de trabajo!… Llevo dos dias sin pegar ojo, me duele la cabeza, pierdo el apetito,…
La crisis, las deudas, el paro, el super-iva, los super-impuestos, los políticos corruptos, … son escenarios que pueden favorecernos sentimientos de descontento en el mejor de los casos, y de desesperación en el peor.

La actitud que tomemos en nuestro equipo de trabajo a la hora de relacionarnos, es fundamental para lograr una buena «convivencia laboral». El estilo conciliador es «la capacidad de tender puentes, arrastrar, comprometer (…) manifestar el honesto interés de los otros (…) compartir información, escuchar, resumir» (De Diego y Vallejo, 2006) y el estilo cooperativo es el que pretende llegar a puntos de satisfacción mutua.

Existen momentos en el año en los que parece que ciertas ideas irracionales arraigadas en nuestra sociedad además de ciertas emociones que conviven con nosotros tocan a nuestra puerta. Son los familiares a los que vemos «de pascuas a ramos».

Cuando sentimos que nos vamos a enfrentar a alguien… ¿miramos para otro lado (por la paz un avemaría) o destapamos la caja de Pandora? La propia naturaleza del conflicto, las personas y el momento, nos van a dar la pista.
El grado de apertura, de desnudez que enseñamos de nuestras emociones a otra persona es lo que llamamos «distancia emocional». En cada relación personal que establecemos existen muchos indicadores que desvelan la conveniencia social y personal de mantener una u otra apertura. Hemos de leer bien la relación, el contexto, las consecuencias, los intereses de ambas personas,… y luego, sólo luego, mostrar nuestra distancia; hasta donde queramos.
Las hay de dos tipos fundamentales, atendiendo a su mayor o menor respaldo científico. Los dos deben ser aplicados por psicólogos suficientemente hábiles en su aplicación concreta (los hay de muchos tipos y requieren habildades diferentes).